Comentario
El gobierno de Martínez de la Rosa, que fue incapaz de hacer frente a las sublevaciones absolutistas, quedó inhabilitado y el rey se vio obligado a encargar la formación de un nuevo gobierno al exaltado Evaristo San Miguel. Al fin, la revolución exaltada había conseguido arrebatar el poder a los moderados, que no volverían a recobrarlo durante el poco tiempo que le quedaba de vida al sistema constitucional. San Miguel, que se encargó de la cartera de Estado, se vio acompañado de Francisco Fernández Gascó en Gobernación; Felipe Benicio Navarro en Gracia y Justicia y Mariano Egea en Hacienda.
El gobierno exaltado de San Miguel demostró pronto su falta de capacidad para afrontar los problemas que tenía planteados el país. El propio San Miguel, que era un hombre de notable cultura y de considerables dotes de militar, era tachado por Alcalá Galiano de mediano político y mal diplomático. Su nombramiento llegaba precisamente cuando la amenaza de los absolutistas, y la presión extranjera, que ejercían las potencias de la Santa Alianza, se hacían más patentes.
Los realistas habían mostrado ya su actitud hostil al régimen constitucional desde el momento mismo de su implantación en 1820. A finales de ese año y a comienzos de 1821 hay ya noticias de algunas acciones provocadas por los partidarios del absolutismo. Sin embargo, no fue hasta 1822 cuando se generalizaron las partidas organizadas por todo el país. Sus métodos y su forma de actuación eran muy semejantes a los que utilizaron las guerrillas durante la guerra de la Independencia, porque precisamente muchos de aquellos guerrilleros militaban ahora en el bando realista, como fue el caso, por ejemplo, del cura Merino. Uno de estos guerrilleros, el barón de Eroles, que había conseguido dominar con su partida una extensa franja de territorio al sur de los Pirineos, decidió establecer una Regencia en Urgel, formada por él mismo, el marqués de Mataflorida y don Jaime Creux, Arzobispo de Tarragona. La creación de esta Regencia se justificaba por la convicción de que el rey estaba secuestrado moralmente por los liberales, de la misma forma que lo había estado de hecho por Napoleón durante la guerra de la Independencia.
Hubo otras acciones absolutistas en distintas regiones españolas que no estaban bajo el control de la Regencia de Urgel. Algunas se articularon en Juntas, como la Junta Apostólica de Galicia, llamada así en honor del apóstol Santiago y que sería la que daría el calificativo de apostólicos, utilizado por los liberales para designar a los realistas más intrasigentes. Las acciones de los absolutistas se generalizaron en Cataluña, en el País Vasco y en el norte de Castilla durante la primavera y el verano de 1822, y a ello contribuyó la desesperación de los campesinos, descontentos con la política fiscal de los gobiernos liberales y con la sequía que redujo las cosechas aquel año.
El gobierno de Evaristo San Miguel nombró a Espoz y Mina generalísimo del Ejército del Norte para reprimir la guerrilla absolutista. La experiencia de Mina en este terreno explica el éxito de las operaciones que llevó a cabo en un territorio que él mismo había utilizado como base para sus acciones contra las tropas napoleónicas. Muchos realistas y la misma Regencia tuvieron que refugiarse en Francia a finales de 1822, aunque la Seo de Urgel siguió en sus manos hasta febrero de 1823. La guerra siguió, sin embargo, en toda la zona del Maestrazgo y en el Levante. En Brihuega, el general Bessiéres, un pintoresco personaje que había militado en las filas del liberalismo más radical antes de llegar a realista, derrotó a las fuerzas del Gobierno y llegó hasta las proximidades de la capital de España. Pero los realistas no contaban con efectivos suficientes para intentar el asalto a Madrid. La caída definitiva del régimen liberal no sería consecuencia del ataque de los realistas, sino producto de la intervención de las fuerzas extranjeras enviadas por mandato de las potencias conservadoras de Europa.